La primera impresión, debido sobre todo a la composición de la portada, induce a pensar que se trata de un edificio de carácter religioso. Esta sensación persiste una vez dentro y sigue confundiendo al visitante primerizo que, pese a las innumerables divisiones que tiene el inmueble, observa un bosque de pilares ochavados que sostienen dos filas de arcos semicirculares.
La planta baja es en realidad de tipo basilical y recuerda en cierto modo a la de una iglesia mudéjar algo desproporcionada. Sin embargo, ni es una iglesia ni un convento, sino una construcción de carácter industria, de indudable interés histórico y artístico. Fue construido casi en su totalidad en el último tercio del siglo XVII, gracias a un privilegio otorgado por el rey Carlos II en 1684 tal como reza en la lápida fundacional. Lo curioso es que aquí se da una pervivencia del estilo mudéjar que se extiendo hasta casi los inicios del siglo XVIII, como queda bien patente en los pilares y los alfices. Pero todavía más curioso es la razón de ser de este gran inmueble que fue erigido para proteger y poner en uso los dos pozos que allí se ubican. En Constantina se conocen desde siempre como Los Pozos de la Nieve y son muy anterior al edificio al que se dan nombre. Pertenecieron a Sevilla desde el siglo XVII hasta mediados de XIX, con el fin de abastecer de hielo a este cuidad durante los meses de más calor, aunque es sabido que una mínima parte de la producción se quedaba en Constantina.